El régimen de Nicolás Maduro ha vuelto a sacudir los cimientos de la institución militar venezolana con una serie de polémicos cambios en su cúpula, una medida que, según analistas y observadores políticos, busca reforzar el control sobre unas Fuerzas Armadas cada vez más tensas y fragmentadas. Esta movida, que llega en un momento de efervescencia política y social en el país, profundiza la incertidumbre sobre la estabilidad interna de Venezuela y el futuro de su ya convulso escenario democrático. Las decisiones, que implican relevos en puestos estratégicos y la asignación de nuevas responsabilidades a figuras leales al Ejecutivo, son interpretadas como un intento de blindar el poder ante la creciente presión opositora.
La historia reciente de Venezuela ha estado marcada por la delicada relación entre el poder civil y el estamento militar. Desde la llegada del chavismo, la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) ha sido un pilar fundamental del sostenimiento del gobierno, a través de una doctrina cívico-militar que ha permeado todas las es esferas del Estado. Sin embargo, esta estrecha relación no ha estado exenta de desafíos. A lo largo de los años, se han reportado numerosos casos de deserciones, purgas internas y conspiraciones frustradas, lo que sugiere una lealtad que, aunque fundamental para el régimen, no es monolítica. Los recientes movimientos en la cúpula son, para muchos, un reflejo de esta preocupación constante por mantener la cohesión y evitar cualquier atisbo de disidencia interna.
Los cambios anunciados podrían tener múltiples repercusiones. Por un lado, buscan consolidar el poder de Maduro, asegurando que las decisiones militares respondan directamente a sus intereses. Esto es crucial en un contexto donde figuras de la oposición, como María Corina Machado, han hecho llamados explícitos al Ejército, pidiéndoles «firmeza y organización para lograr la libertad», con la convicción de que «el régimen va a caer y habrá justicia». De manera similar, Edmundo González Urrutia, otra voz destacada en la lucha por el cambio, ha afirmado que el deseo de transformación en Venezuela «es más fuerte que nunca», aumentando la presión sobre las instituciones, incluida la militar. Estas declaraciones no hacen sino recalcar la importancia crítica del papel de las Fuerzas Armadas en cualquier desenlace político.
La polarización dentro del país se extiende, inevitablemente, a los cuarteles. Soldados y oficiales, al igual que el resto de la sociedad venezolana, sufren las consecuencias de una profunda crisis económica, social y humanitaria. La escasez de alimentos y medicinas, la hiperinflación y el colapso de los servicios básicos afectan a todos los ciudadanos, sin distinción. En este escenario, la lealtad de las tropas puede verse comprometida no solo por razones ideológicas, sino también por las duras condiciones de vida. Los cambios en la cúpula, si bien pueden afianzar un círculo de confianza en torno al presidente, también corren el riesgo de generar resentimiento entre aquellos relegados o marginados, exacerbando las tensiones internas y, potencialmente, abriendo nuevas fisuras.
La comunidad internacional observa con cautela estos desarrollos. Las potencias regionales y globales han manifestado en diversas ocasiones su preocupación por la situación en Venezuela, los derechos humanos y la deriva autoritaria del gobierno. Cualquier señal de inestabilidad militar o de represión interna podría tener eco más allá de las fronteras, llevando a un endurecimiento de posturas diplomáticas o a nuevas sanciones. La tensión en el Ejército venezolano no es solo un asunto interno; es un factor clave en la compleja ecuación geopolítica de América Latina, con implicaciones para la seguridad y la estabilidad de toda la región.