El año 2028 se perfila como una cita crucial para República Dominicana: no solo será el desenlace de un ciclo político, sino también una prueba de fuego para la legitimidad democrática, la confianza ciudadana y la capacidad del Estado para responder a los desafíos urgentes que agobian al país. A siete años de las elecciones, el escenario comienza a delinearse con contornos definidos y con muchas incógnitas, donde lo que está en juego va más allá de quién ocupe el Palacio Nacional.
Principales tensiones
- Descontento ciudadano y percepción de corrupción Una mayoría significativa de los dominicanos siente que la corrupción persiste como un problema estructural. Más del 60 % considera que los políticos son corruptos.
Este clima de escepticismo erosiona la confianza en las instituciones, amplifica la demanda social de transparencia y puede llevar a una mayor volatilidad electoral: los votantes pueden castigar partidos con historial, más allá de los programas que ofrezcan. - Economía, inflación y costo de vida El alto costo de la vida, los bajos salarios, la inflación y la crisis económica aparecen sistemáticamente entre los principales problemas que preocupan a la población.
Aunque el país ha tenido tasas de crecimiento decentes en algunos períodos, la distribución de esos beneficios, las expectativas de empleo, y el poder adquisitivo real, constituyen factores determinantes en la elección de los votantes. - Seguridad, violencia e inseguridad ciudadana Las percepciones sobre delincuencia, robos, asaltos, y violencia general siguen siendo de los temas que mayor alarma generan.
La sensación de impunidad, la inseguridad en los barrios, y la falta de respuestas efectivas de las instituciones de seguridad suman al deterioro del contrato social. - Fragmentación del sistema partidario y emergencia de candidaturas independientes Un elemento novedoso e importante es el potencial aumento de candidaturas presidenciales independientes. Según propuestas legislativas recientes de la Junta Central Electoral (JCE), podría permitirse hasta tres candidaturas independientes presidenciales en 2028.
Esto abriría el juego político, obligaría a los partidos tradicionales a repensar estrategias, alianzas y discursos, y reflejaría una demanda ciudadana por opciones más allá del binomio institucional clásico. - Renovación generacional y discurso digital Dentro del PRM —partido de poder actual— ya se identifican figuras que pretenden proyectarse para 2028 (Carolina Mejía, Wellington Arnaud, “Yayo” Sanz Lovaton).
Los partidos opositores y movimientos emergentes podrían capitalizar mejor esos liderazgos jóvenes, además del uso estratégico de redes sociales, plataformas digitales y nuevas formas de movilización política. La capacidad de conectar con los más jóvenes será decisiva. - Desigualdad, servicios públicos y paridad política Aún cuando hay avances técnicos —por ejemplo, el Índice de Paridad Política alcanzó 49.2 sobre 100— la realidad muestra que muchos dominicanos siguen con acceso desigual a servicios básicos, educación, salud, vivienda o conectividad.
Las brechas territoriales, sociales y económicas se traducen en distancia entre ciudadanos y gobernantes, lo que puede alimentar desapego y migración política o social.
Oportunidades de transformación
- Reforma institucional y transparencia real La presión social podría forzar reformas electorales, mayor fiscalización, controles al financiamiento partidario y campañas más transparentes. Las candidaturas independientes podrían servir como catalizador para estas reformas.
- Políticas económicas con impacto social Si los gobiernos responden con medidas reales contra la inflación, subsidios focalizados, estímulos al empleo formal, mejoras en salarios y reducción de la desigualdad, podrían reconectarse con la ciudadanía. No basta con crecimiento: importa cómo ese crecimiento llega a la vida de la gente.
- Seguridad con justicia Reformar el sistema judicial, mejorar los cuerpos policiales, asegurar procesos efectivos contra la impunidad, transformar la seguridad ciudadana de mera presencia policial a prevención, justicia y confianza ciudadana.
- Comunicación política renovada Mensajes que apelen menos al clientelismo o al discurso tradicional partidario, y más a la participación ciudadana, los valores democráticos, así como la gestión competente. Movilización desde lo local, lo comunitario, lo digital. Transparencia en medios, rendición de cuentas.
- Inclusión y representatividad Aumentar efectivamente la participación de mujeres, jóvenes, minorías y zonas marginadas; lograr paridad no solo en aspirantes sino en representación real. Prestarse atención a las voces y demandas de quienes históricamente han sido invisibilizados.
Potenciales riesgos
- Desgaste del partido en el poder Si el PRM u otra fuerza oficialista no atiende las expectativas económicas y de seguridad, o si los casos de corrupción no se manejan con firmeza, podrían perder ventaja por “cansancio electoral”.
- Polarización excesiva En un contexto de desconfianza, los discursos polarizantes pueden crecer —por ejemplo entre lo viejo/cuestionado versus lo nuevo/alternativas independientes— pero esto puede generar divisiones sociales o dinámicas de conflictividad que afecten la gobernabilidad.
- Tweet-populismo o respuestas inmediatas pero superficiales Frente al reclamo ciudadano, puede aparecer la tentación de soluciones rápidas, de gestos simbólicos en lugar de políticas de fondo. Esa estrategia puede tener resultado corto plazo pero generará frustración si no se traduce en cambios estructurales.
- Inequidad en recursos de campaña Aun cuando hay apertura a independientes, los partidos con estructura, financiamiento y respaldo mediático tienen ventaja. Si no hay regulación eficaz, el campo no estará parejo.
Conclusión
El camino hacia 2028 es una bifurcación: República Dominicana puede aprovechar este momento para renovar su pacto social, institucionalizar la transparencia, reconstruir la credibilidad de lo público, y reafirmar su democracia con inclusión, equidad y eficiencia. Pero para eso los actores estatales, los partidos, la sociedad civil y los ciudadanos deberán actuar con responsabilidad, alejándose de las prácticas tradicionales que han generado desencanto.
El futuro electoral dependerá menos de nombres y más de capacidades reales: de cuánto se pueda mejorar la vida diaria, de cuán confiable se vuelva el Estado, y de cuánta justicia percibida haya en el sistema. Si se logra esto, 2028 podrá marcar no solo un relevo político, sino un punto de inflexión hacia una República Dominicana más estable, más justa y con mayor autoestima democrática.




