Santo Domingo.- La infidelidad no es solo una traición sentimental: es un acto que conlleva una carga emocional, psicológica y social capaz de desencadenar consecuencias que afectan profundamente la estabilidad de las relaciones, la salud mental de quienes la viven y, en muchos casos, la seguridad de las personas involucradas.
Aunque a menudo se trivializa como “un error” o una “aventura”, la infidelidad es una ruptura del compromiso emocional que sustenta la confianza en una pareja. Quienes la practican, lejos de vivir una vida plena, suelen estar sumidos en la ansiedad, el temor constante de ser descubiertos, la culpa y, con frecuencia, una insatisfacción crónica consigo mismos. Porque no hay paz para quién miente, oculta o divide su vida entre dos mundos.
El peso de la doble vida termina por cobrar factura.
El infiel también sufre: culpa, miedo e inestabilidadLas personas infieles pueden parecer confiadas o indiferentes, pero la mayoría vive atrapada en una cárcel emocional construida por el temor: miedo a ser descubiertos, a perder lo que ya tienen, a enfrentar las consecuencias sociales y familiares. Esta incertidumbre permanente genera niveles altos de estrés, insomnio, irritabilidad, y en muchos casos, desesperación. La infidelidad no es un escape sano, es un camino de espinas disfrazado de placer.
Las víctimas: corazones rotos y vidas desmoronada
La otra cara de la infidelidad es aún más desgarradora. Quien ha sido engañado o engañada experimenta una herida profunda en su autoestima, su seguridad emocional y su capacidad de confiar. En muchas ocasiones, este golpe es tan devastador que deriva en depresión, ansiedad, trastornos alimenticios, e incluso conductas autodestructivas. Es una forma de violencia emocional que desestabiliza por completo el núcleo más íntimo de una persona.
La familia como campo de batalla
Cuando hay hijos e hijas de por medio, la infidelidad ya no es solo un asunto de dos. Los estragos alcanzan a toda la familia. Los hogares donde reina el engaño se tornan fríos, tensos, llenos de discusiones y emociones contenidas. Los niños y niñas, aunque no entiendan todo, perciben el cambio. Crecen entre el silencio, las discusiones, la ausencia emocional de uno o ambos padres. Esa herida se siembra en su formación y se reproduce en sus relaciones futuras.
Infidelidad y violencia de género: una conexión peligrosa
En muchos casos, la infidelidad se convierte en la chispa que enciende episodios de violencia de género. Celos, control, humillaciones, acoso, agresiones físicas y hasta feminicidios han tenido como origen una infidelidad real o imaginada. La sensación de propiedad que aún muchos hombres ejercen sobre las mujeres, sumada a su incapacidad de aceptar una ruptura o un rechazo, convierte este tema en una amenaza directa a la vida y la seguridad de muchas.
Las mujeres que son víctimas de infidelidad también pueden convertirse en víctimas de violencia cuando cuestionan, exigen explicaciones o deciden abandonar la relación. No son pocas las veces que el castigo a la dignidad femenina ha sido la violencia. Por eso, hablar de infidelidad también es hablar de machismo, de poder, de desigualdad.
Recuperar el valor de la fidelidad
No se trata de idealizar relaciones perfectas, sino de rescatar el valor del respeto, la comunicación, y la lealtad como pilares fundamentales de una relación sana. La fidelidad no se trata solo de cuerpos, sino de honestidad emocional, de acuerdos claros y de respeto por el otro.
La infidelidad no solo destruye parejas: desestructura familias, marca a los hijos, y puede ser un detonante letal de la violencia. En tiempos donde tanto se normaliza el engaño, hace falta recordar que el amor no se mide por promesas vacías, sino por la capacidad de sostener una relación con coherencia, dignidad y verdad.