sábado, diciembre 13, 2025
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    Caballo Viejo: El galope que explica a un país

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    En estos días en que Venezuela parece estar en todas partes —en los titulares que alertan tensiones geopolíticas y en los millones de venezolanos esparcidos por el mundo— surge también otra Venezuela más íntima, silenciosa y persistente: la que vive en su cultura. Un país que, más allá de la política, se expresa en su lengua, su música y su memoria colectiva. Y pocas obras han logrado capturar esa identidad profunda como Caballo Viejo, la joya eterna de Simón Díaz.

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    Su aparente sencillez es engañosa: tres acordes, un joropo suavizado, un cuatro discreto. Pero en esa desnudez sonora cabe la vastedad del llano entero, con su geografía compartida entre Venezuela y Colombia y su ritmo mestizo —indígena, hispánico y africano— que palpita como respiración ancestral. Simón Díaz entendió que lo esencial no necesita adornos; por eso depuró el joropo hasta convertirlo en un soplo rítmico que sostiene la letra sin imponerse. Allí, en esa humildad musical, reside su fuerza.

    Caballo Viejo trasciende porque es territorio antes que canción. Porque su letra no solo describe un paisaje: lo piensa. “El carutal reverdece y el guamachito florece”, canta Simón Díaz, y en esa frase revive la sabana, pero también el alma humana que se renueva con ella. Carutos, guamachos, palmas y horizontes se vuelven lenguaje universal sin dejar de ser profundamente locales.

    Y sin embargo, la verdadera magia está en su metáfora mayor: el deseo que revive. En esa soga que se revienta cuando el corazón, disciplinado por los años, recuerda de pronto que nació para galopar. El caballo viejo no es símbolo de vejez, sino de vida contenida. De un fuego que el tiempo desgasta, pero no apaga. De una pasión que llega sin permiso y sin remedio, como las verdades esenciales.

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    Quizá por eso esta canción llanera, humilde en forma y profunda en fondo, se ha convertido en una de las más versionadas de América Latina. Celia Cruz la hizo fiesta; Chavela, herida; los Gipsy Kings, rumba; Plácido Domingo, gala. Cada versión la transforma sin quebrarla. Esa es la señal de las obras grandes: sus raíces son tan hondas que soportan todas las ramas.

    En un mundo que cambia a velocidad vertiginosa, Caballo Viejo permanece. Porque habla de lo que no cambia: del deseo humano, del renacer posible a cualquier edad, de esa vida obstinada que vuelve, siempre, a galopar. Por eso se canta en Caracas y en Bogotá, en Santo Domingo, Madrid, Tokio o Ciudad de México. Porque pertenece a un país, sí, pero sobre todo pertenece al corazón humano.

    La canción termina, pero el galope sigue. Y en su eco entendemos por qué el carutal reverdece, por qué el guamachito florece y por qué la soga se revienta: es la naturaleza celebrando el regreso del deseo. Es la vida, otra vez, abriéndose paso.


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